
“El Marro” intentó huir por la parte trasera de la finca donde se ocultaba en Juventino Rosas. Cuando lo interceptaron, justo antes de que pudiera escapar, lucía agitado y con los ojos desorbitados.
Desde hace tres meses, las autoridades estatales y federales ya seguían los pasos del líder del Cártel de Santa Rosa de Lima. Lo hicieron vía aérea, con drones israelíes que solo pueden utilizarse bajo el amparo del Departamento de Estado de EEUU, ya que son considerados de uso exclusivo de la marina estadounidense.

En las últimas tres semanas detectaron que Yépez Ortiz se había refugiado en Franco Tavera, un pequeño poblado de Juventino Rosas, en una finca vieja pero de grandes dimensiones. Una casa sin los mínimos cuidados y alejada de los lujos que solían gustarle; al pie de la carretera, con un barandal negro que reforzaron con malla ciclónica para que nadie pasara entre los amplios barrotes; con una entrada de terracería con altos árboles y palmeras descuidadas a los costados; y con un portón viejo al fondo donde se rodeaba de gallos y caballos.
Ahí vivía con su nuevo jefe de seguridad, Saulo Sergio, alias “El Cebollo” y con al menos cuatro sicarios que resguardaban los accesos. Su arsenal estaba compuesto por lanzagranadas, armas largas y cortas, y una camioneta con blindaje casero.
