Dos atunes se miran frente a frente sobre el fondo azul de una pared medio derruida. Dan ellos la nota de color al entorno, donde las antiguas casas que fueron en su día hogar de pescadores, resisten hoy a duras penas para no venirse abajo.
Algo más allá, los atunes son acompañados por inmensas ballenas, por tortugas marinas, por delfines, sirenas e incluso medusas que, plasmadas en las fachadas, también se adueñan de un espacio que parece contar historias. Y es que las cuenta: narra, por ejemplo, cómo lleva décadas abandonado, conquistado por la naturaleza que se manifiesta con raíces que se retuercen en sus ventanas; con plantas que crecen, libres, en sus tejados.
Es el antiguo poblado marinero de Sancti Petri, situado en la localidad gaditana de Chiclana, un canto al pasado almadrabero de la zona. Porque aquí, entre solitarios esqueletos de cemento y hierro que permiten rememorar tiempos mejores, y frente a la Punta del Boquerón -perteneciente ya a la isla de San Fernando-, se levantó no hace tanto toda una industria dedicada a la pesca del atún y a su conserva.
Corrían las últimas décadas del siglo XIX cuando arrancaba el que sería su momento de gran esplendor, aunque realmente sus orígenes se alejaban mucho más atrás en el tiempo: hay que retroceder hasta época de fenicios para recuperar esa tradición de pesca del atún; o a las raíces musulmanas para encontrar los inicios en la técnica de la almadraba.
Pasear por las solitarias calles de este rincón de Chiclana es hoy una actividad de lo más cautivadora. Puede que el abandono al que ha estado sometida toda la zona genere cierta nostalgia incluso a quienes nunca han conocido épocas mejores. Y, sin embargo, es precisamente esa decadencia la que le da un “je ne sais quoi” que la hace especial.